CAPACITACIÓN UNIVERSITARIA EN CUIDADOS COMUNITARIOS DE LA ECONOMÍA POPULAR

¿Qué es cuidar? ¿quiénes cuidan? ¿a quiénes cuidan? ¿con qué objetivo lo hacen? son las preguntas que abren la capacitación universitaria extracurricular en Cuidados comunitarios de la economía popular, una de los principales trayectos formativos de la Universidad Popular Barrios de Pie.

Pandemia y cuidados

La pandemia de COVID-19 nos atraviesa como sociedad, irrumpiendo en nuestra cotidianeidad, generando miedos e incertidumbres, transformando hábitos. Podemos decir que probablemente se trate de una de las mayores irrupciones o alteraciones en el espacio-tiempo cotidiano de las personas, de los últimos tiempos. Ahora, esto podemos pensarlo en términos generales. La realidad en los barrios populares es otra, las múltiples marcas de exclusión que atraviesan la vida de las personas que los habitan hace que la pandemia haya sumado un problema más, una terrible tragedia que se suma a todas las otras singularidades de la vida en contextos de pobreza. 

Quienes formamos parte de los movimientos populares sabemos que donde hay exclusión, donde hay hambre, falta de empleo, ausencia de servicios públicos, es decir, donde hay derechos no garantizados, hay un pueblo resiliente que se organiza y construye redes para garantizar una vida más digna para la comunidad. A esto nos referimos cuando hablamos de las redes de cuidados comunitarios. Estos, que en algunos casos encarnan territorialmente las políticas públicas y en otros casos expresan el fruto de la organización política y la militancia social, comprenden un amplio espectro de iniciativas socio comunitarias: las ollas populares que garantizan el alimento allí donde la pobreza e indigencia se multiplican; los apoyos escolares y puntos educativos que se organizan para acompañar las trayectorias educativas que el sistema educativo no puede contener y la meritocracia pretende excluir; los grupos de promotorxs de salud que organizan la concientización sobre el riesgo sanitario del COVID-19 y de otras enfermedades que azotan particularmente a los barrios populares como el Dengue, el seguimiento de la salud nutricional de lxs pibxs que asisten a los comedores y que participan de campañas de vacunación de COVID pero también contra la gripe a personas mayores; las cuadrillas de limpieza en barrios populares que en este último tiempo también realizaron trabajos de desinfección en los pasillos y espacios comunitarios; lxs promotorxs de género y diversidad que garantizan el acompañamiento a las mujeres y personas de los colectivos LGTBIQ+ que atraviesan situaciones de violencias por motivos de géneros.

La comunidad organizada, la comunidad cuidadora

Boaventura de Sousa Santos (2020), en su reciente libro “La cruel pedagogía del virus”, se aventura a sintetizar algunas de las que para él son las lecciones preliminares que nos deja la pandemia. Una de ellas, la caracteriza como “el regreso del Estado y la comunidad”. Boaventura, describe como en los últimos cuarenta años, producto de las políticas neoliberales, que colonizaron la agenda pública desde los años 70’ del siglo pasado en adelante (en latinoamérica, este ciclo fue interrumpido por la emergencia de los gobiernos populares desde fines de los 90´), los principios del mercado comenzaron a regular casi todas las esferas de la vida cotidiana, subordinando el rol del estado y las comunidades a estos principios. Esto se observa por ejemplo en la privatización de los servicios públicos, como en la emergencia de la competitividad, la meritocracia y el individualismo como valores rectores de la vida en sociedad. La pandemia, lo que viene a demostrar, según Boaventura es que este mercado totalizante ha generado estragos en la capacidad de los Estados para responder ante las emergencias, lo que genera una clara necesidad de fortalecer el rol del mismo y también de las comunidades en la regulación de la vida en sociedad.

Ante esto podemos pensar qué pasó verdaderamente con las comunidades en todos estos años, porque desde que el neoliberalismo hegemonizó la política pública y se comenzó a multiplicar la falta de empleo y la pobreza, existieron redes de sostenimiento de la vida en esas comunidades. Todas las experiencias antes mencionadas, se fueron desarrollando con el tiempo ante esta emergencia, gracias a la organización política de los movimientos populares. Esa militancia social de miles y miles de personas, que en su momento el sentido común les aportó una carga valorativa asentada en la solidaridad, pero que hoy queremos abandonar la romantización de nuestra práctica. La solidaridad existe, claro, porque nuestra militancia se basa fundamentalmente en el amor por nuestro pueblo, pero además de solidarixs, lxs compañerxs que sostienen estas redes comunitarias son trabajadorxs de los cuidados comunitarios, son esenciales y reclaman todo el reconocimiento y derechos que nuestra constitución consagra. Entonces el neoliberalismo no es que eliminó el rol de las comunidades como principio regulatorio de la vida en sociedad, lo que logró fue invisibilizarlo, correrlo de la escena pública, estigmatizar a la militancia social. Pero nuestro pueblo es resiliente y hoy queda de relieve más que nunca que estas redes de cuidados comunitarios tienen un rol central para el sostenimiento de la vida en los barrios populares.

Ampliando la noción de trabajo

Al hablar de reconocimiento salarial y de derechos para las personas que organizan los cuidados comunitarios, estamos ampliando lo que habitualmente se conoce como “trabajo”. Si volvemos sobre el sentido común, en general cuando hablamos de trabajo nos referimos a una actividad remunerada, en un lugar específico, con distribución de roles y tareas, con la existencia de una figura patronal o no, pero sobre todo, presuponemos la producción de bienes y servicios intercambiables en el mercado por dinero. Los aportes de la economía feminista nos permiten reconceptualizar a lo que concebíamos como “tareas de cuidados” y entenderlos como un “trabajo” en tanto son productores de valor económico, requieren un espacio-tiempo y saberes específicos. Pero desde nuestra perspectiva, los cuidados comunitarios que venimos describiendo, son un trabajo porque tienen un papel central en la vida de las personas y sus comunidades. 

Profundizar estos debates de cara a la sociedad construyendo nuevos sentidos, así como generar iniciativas de valoración y de fortalecimiento de estos trabajos de cuidados, son aspectos fundamentales si queremos construir una agenda de política pública que, como plantea Valeria Esquivel (2015), reconozca, reduzca, redistribuya y remunere los cuidados.

El desarrollo de la economía popular

Estos cuidados se desarrollan en el marco de un sector económico que va cobrando cada vez mayores niveles de organización: la economía popular. El contexto está marcado por un sistema económico en el que el capitalismo financiero pretende descartar a una gran parte de lxs trabajadorxs asalariadxs, en el que la especulación financiera ganó terreno sobre lo que se conoce como actividad productiva, donde además son muchos los indicadores que señalan la incapacidad del mercado de contener a toda la población (el impacto del desarrollo tecnológico, de la racionalización de la producción, entre otros).  Ya sabemos que quienes concentran la riqueza del mundo se ocupan de que sus ganancias se sostengan y en lo posible que aumenten, cueste a quien le cueste. Pero todos los procesos históricos implican disputas y la constitución de sujetxs políticxs que son protagonistas de ellas.

Producto de las sucesivas crisis económicas y de la exclusión del mercado de trabajo, muchxs compatriotas gestionaron trabajos por cuenta propia, vendiendo lo poco que se tenía o poniendo la mano de obra a disposición para lo que fuera, cortar el pasto, limpiar, comprar y revender, etc. Progresivamente los movimientos populares fueron organizando también esta parte de la vida cotidiana, ya no era solamente la emergencia de resolver el alimento, sino también el fortalecimiento de aquellos trabajos que las personas fueron generando.

Pero además de estos trabajos considerados ‘productivos’ para el mercado (cooperativas textiles, panadería, construcción, etc.), también se organizaron (principalmente por iniciativa de los movimientos populares) los trabajos socio comunitarios ya mencionados, que surgían de la necesidad de los barrios: acompañar las trayectorias educativas, garantizar la asistencia primaria de la salud, prevenir el consumo problemático y la delincuencia, abordar la violencia de género, además de la continuidad de los comedores y merenderos. Se trataba en su gran mayoría de trabajos no remunerados, a la par que se luchaba por el trabajo digno y la ayuda social para subsanar la grave situación que atravesaba casi la mitad de la población. Gracias a las luchas políticas, al día de hoy estos trabajos son contemplados como contraprestación del programa social Potenciar Trabajo, (que condensa la variedad de subsidios que los gobiernos implementaron en cada época), formalizándose en parte como espacios de trabajo comunitarios, aún en situación de precarización laboral, pero al menos con cierto reconocimiento del Estado.

Todas estas experiencias las concebimos como parte de la economía popular, que representa aproximadamente al 40% de la población. En sintonía con lo planteado anteriormente, esto nos implica resignificar la idea de trabajadorxs dejando atrás la idea de lxs desocupadxs. Si bien las condiciones laborales cambiaron significativamente, hay una disputa por el término trabajadorxs, ya que desde las economías populares se sostiene que el universo es más amplio y deben considerarse estas experiencias, lo cual implica su correlato en el campo de los derechos.

Desde nuestra perspectiva, la economía popular, esa economía de lxs trabajadorxs que quieren vivir de su trabajo, de lxs excluidxs del mercado de trabajo, de aquellxs que el capitalismo financiero pretende descartar, de quienes no buscan acumular capital indiscriminadamente (en detrimento de la vida de las personas), sino que pone en el centro de la actividad económica el trabajo (en tanto actividad humana) y el cuidado de la vida.

En base a estas consideraciones, en el marco de la capacitación, queremos plantear algunos interrogantes, una invitación a la reflexión colectiva: ¿hay un potencial estratégico en el desarrollo de la economía popular?, ¿es viable el desarrollo de otra economía que se contraponga a la economía del mercado y por ende, proponga otro modelo de sociedad? ¿o el objetivo tiene que ser solamente potenciar este sector para generar mejores condiciones en la disputa por la renta? ¿son estas opciones tal vez, complementarias?

De la formación a la batalla cultural, política y económica

Uno de los debates centrales que nos interesa instalar es cuál debería ser el eje vertebrador del trabajo, en tanto actividad humana: si es la acumulación de capital o el cuidado de vida. Para esto, los aportes del campo de la economía feminista y de la economía popular, nos dan un marco conceptual desde el cual formular una respuesta: hacer foco en la sostenibilidad de la vida nos permite pensar, en términos estratégicos, en la construcción de otra economía. Pensar en una organización social, laboral y económica que no esté en función de la ‘productividad’ que genera explotación, precarización, pobreza y muerte -y que abona a la acumulación de riqueza de unos pocos-, implica repensar un sistema que ponga el valor en otro lado, que le de jerarquía, recursos y derechos a las actividades humanas dedicadas a cuidar, como son los mencionados trabajos socio-comunitarios, o mejor dicho, los trabajos de cuidados comunitarios de las economías populares.

Como sabemos, estos trabajos están altamente precarizados. Ese reconocimiento, en términos salariales y en términos de derechos sociales, tarda en llegar y esa disputa se va profundizando. En este sentido, el despliegue de todo un trayecto formativo, en el plano nacional, articulando con la universidad pública, es otro aporte a la lucha de los movimientos populares. Porque una de las estrategias en esta puja por la redistribución de la renta, tiene que ver con ganar la escena pública en términos de disputa de sentido sobre el rol de lxs movimientos populares y su aporte a la sociedad. Y eso también es lo que buscamos con este espacio de formación, construir nuevos sentidos, visibilizar, reconocer saberes y experiencias y fortalecer los trabajos de cuidados comunitarios de la economía popular. En definitiva, proponemos recuperar las utopías en la construcción de nuevos horizontes de justicia social.

Joaquín Ferreyra. Coordinador pedagógico e institucional de la Universidad Popular Barrios de Pie. Psicopedagogo. Licenciado y profesor en Ciencias de la Educación.

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